La chica más afortunada del mundo o lo valioso de aceptar el enojo. 

Formo parte de una estadística tremenda, no daré el número exacto del porcentaje al que pertenezco, pero sí, soy parte de las mujeres que han sufrido abuso sexual por parte de alguien de su círculo más cercano. 

Se han escuchado, leído y visto muchas historias como la mía. Por eso no ahondaré en ella, ahondaré en el momento en que perdoné y me perdoné.

Parte del título de este escrito, es en honor a la película que salió hace poco en Netflix, esa película me cambió la vida. Fue el último eslabón de la cadena que cargué por 31 años. Y que empecé a romper poco a poco. Primero la rompía solo los martes de las 8:00 a las 9:00 p.m. Después empecé a debilitarla más o menos diario. Y un sábado en la tarde se rompió y hoy, y día a día, esa cadena se mantiene rota. 

Cuando vi la película terminé de entender la importancia de aceptar el enojo, el enojo de haber sido abusada. Sí, viví en el enojo por muchísimos años. Enojo que todo ese tiempo confundí y lo interpreté como ser “una de las peores personas del mundo” 

¿Por qué me sentía así? Pues porque no podía controlar mi impulsividad y esto se traducía en relaciones inestables y tóxicas, hablarle y tratar terrible a quien se cruzará en mi camino cuando mi ira se salía de control, a negarme a pedir ayuda y a otras tantas conductas destructivas. 

¿Por qué? Siempre me hacía esa pregunta después de auto sabotearme. Hablaba de más, escuchaba poco y me rehusaba a ver, a ver la manera en la que bebía, cómo me victimizaba, cómo dejaba todo para después. 

Y todo eso pasaba por una poderosa razón, estaba enojada. Muy enojada. Enojada por haber sido abusada, por sentir que nadie me defendió. 

Mi enojo me hacía sentir culpable, triste, y desarrollé el síndrome del impostor. Básicamente “no me la creía” Y lastimé a muchas gente. Pero al final, la herida se quedaba sólo en mí y se hacía cada vez más grande. 

Durante la pandemia decidí regresar a terapia porque toqué fondo. Mi estado emocional colapsó y no hice nada para evitarlo. Me quedé sin fuerzas, sin emociones. Me rendí pero no me morí.

La terapia será siempre un camino difícil de andar y eso está bien, el punto está en tomar pausas activas y poner en práctica lo aprendido. Para entonces querer regresar y que el círculo vicioso, se vuelva virtuoso. 

La terapia te regresa al momento de quiebre, lo revives y lo vives desde una fortaleza diferente, una fortaleza que viene del perdón. 

Te perdonas por creerte culpable, te perdonas por sentir vergüenza, te perdonas por no saber cómo defenderte y cuando te perdonas, es cuando PERDONAS.

Cuando perdonas te liberas y te llenas de valor para pedir disculpas. Desde el fondo de mi corazón y con la responsabilidad que ahora abrazo tanto, ofrezco una disculpa a quienes mi enojo alcanzó, lastimó, incomodó, confundió, frustró y decepcionó. Perdón. 

Ahora bien. Estos párrafos se leen fácil y rápido, pero llegar al punto de la responsabilidad/aceptación/perdón toma tiempo, energía, es un ir y venir entre recuerdos dolorosos, es no querer entrar a terapia, son días oscuros, y más. 

Pero vale la pena dejar de cuestionar, es mejor aceptar que sí pasó, que no fue mi culpa, pero que es mi responsabilidad superarlo. 

Hoy, claro que me sigo enojando, pero el abuso ya no me enoja. Se quedó atrás. No desapareció pero ahora yo lo controlo y decidí dejarlo atrás. 

Gracias por llegar a este punto. Y enójense, acepten su enojo si fueron abusados, burlados, decepcionados, frustrados, lastimados, etc. 

Perdonen, y vivan la maravilla de poder ser responsables de sus emociones. 

Querida tía, hermana, hermano está bien que estén enojados. Aquí estoy para ustedes siempre.